Durante algún tiempo, las carreras de Fórmula 1 se habían vuelto un embole; nadie dudaba quién iba a ganar y ese favoritismo se verificaba todo el fin de semana, en prácticas, clasificación y carrera. Esto pasó hasta la mitad de la temporada pasada, cuando McLaren encontró el mejor punto de sus autos y el Red Bull, completo dominador de los años anteriores y el arranque de 2024, ya parecía que no les podía pelear mano a mano.
Una mágica actuación de Max Verstappen bajo un diluvio en Brasil, partiendo desde el lugar 17° y ganándoles a todos en una pista imposible, lo encaminó a su cuarto título mundial. Muchos argentos lo vimos ese día porque ya se había entreverado en el gran circo Franco Colapinto, uno de los que se estrolaron por no poder gobernar su coche en el agua.
Ahora, mientras nuestro crédito pilarense espera que la puerta de Alpine se abra para volver a la Máxima, Japón asistió a otra masterclass del tetracampeón. Ya sin el mejor auto de la parrilla, sigue siendo el mejor piloto por un campo.
La carrera la ganó en cuatro movimientos.1) La clasificación. Hizo una última vuelta infernal, voló en el tercio final de la pista y le quitó la pole a Lando Norris, en un circuito donde es muy difícil el sobrepaso.
2) La largada. Esa complejidad para los sobrepasos había que garantizarla en la partida, y no dio el menor resquicio para que le disputasen la punta en el pique.
3) La salida de boxes. Él y Norris entraron a cambiar gomas al mismo tiempo, McLaren fue mucho más rápido que Red Bull, pero Max defendió su lugar y Lando se fue al pasto.
4) La muñeca. ¡Hay que estar más de 1h22’ a esa velocidad con los autos más rápidos pegados al espejo! Ni un error: no les dejó chance ni de intentar un sorpasso.
Mientras seguimos esperando el momento del regreso de Franco, ver conducir a Verstappen es una buena razón para no dormir por la Fórmula 1.